No me guardaré.
A pesar de todos,
de mí mismo,
no me guardaré en ningún ropaje.
Ascenderé una vez más de mis abismos
y volveré a entrar desnudo y sólo
en vuestro eterno baile de disfraces.
Arrastraré de nuevo mi silencio
bajo el cerrado fragor de vuestros címbalos,
saldré a la noche abierta y sus espacios
poblaré de irrenunciables ansias
hasta que el amanecer me vomite, borracho,
en el banco frío de alguna plaza.
Y entonces,
sólo entonces,
consentiré vuestros rostros velados
y vuestras falsas caricias de uñas afelpadas.