El aire acribillado, ese hiriente destello
que se sueña estrella en el metal de la barra
todo sabe a lo que se cierne fugazmente
sobre el tiempo y las cosas,
todo sabe a tregua, a espera enmohecida
de una esquina luminosa
perdida en el oscuro desván de la memoria.
Todo se agazapa y se sumerge
en el tedio recurrente de otra noche
como esperando el manotazo de tu pelo,
de tu sonrisa abierta, de tu aliento,
para emerger de nuevo y de otra forma:
¿Dónde habéis huido, hastíos abominables?
¿Dónde os ocultáis, verdades tenebrosas?
¿Qué conjuro de sangre se agolpa en tus labios
para que de nuevo se ordenen mis ruinas
en firmes escaleras de cristal hacia tu frente?
Si supieras que sólo tus ojos
pueden dejarme inválido y vacío
en las aceras huecas y resonantes de la noche.
Me gusta perderme en esos ojos
y que todo me abandone
en el agua y la luz de tu mirada
aunque me cueste el salto,
aunque tenga que recobrarme y alzarme
por encima del abismo donde me hundo.
Me gusta verte así,
lejana y tan cerca,
inquieta prisionera de tus diecisiete años,
atenta celadora del reloj porque a las once en casa
pero latiendo de esa forma,
con esa caliente promesa de verano
bajo tu apresurada piel de primavera,
siendo tan sólo pequeño coral claro
donde se rompe y naufraga en silencio
toda mi travesía de soledades embarcadas.
Si supieras que todo lo salvable de este mundo
está temblando ahora detrás de tu pupila.
Ahí fuera se adormece la luna
como una gata blanca arrebujada
entre cojines azules de noche y de silencio.
Sólo tendríamos que salir y mirarla,
abandonarnos como ella a esa brisa dulce
que nos empeñamos en ignorar.
Pero nada ocurrirá y esperaremos
a que el amanecer nos distancie
con sus cuñas de luz y formas renacidas,
que los besos olvidados y las palabras no dichas
nos pueblen la boca de esa urgencia
pastosa de retorno.
Y mañana, cualquier día,
cuando en el recuerdo se entibie aquel poema
donde até tu aroma,
cuando las cosas me empujen
respiraré hondo, lentamente
me obligaré a esa sonrisa leve y desganada
y coseré a las calles nuevamente
un rosario de sueños inocentes
y pálidas verdades acalladas.
Insistiré y no me daré tregua
hasta que sea fácil y ligero el paso,
hasta que no me pese la sombra
y al fin pueda reírme y no hacer caso
de mis barcos que se pierden y zozobran
en los duros espejos de la gente.
Entonces será tiempo de atracar
en la bahía de césped de una plaza
donde esperar el azar de encontrarte,
el dulce estremecimiento de verte
aparecer de pronto en una esquina.
Será tiempo de concederme una sonrisa
y grabar tu nombre en aquél banco
mientras la luz de la tarde se recoge
en un revoltoso clamor de golondrinas.
Será tiempo de forjar nuevos espacios
donde abarcar tu vuelo,
donde esperarte de no se qué forma,
dejando que te vayas y acechando
sin embargo en tus ojos el reflejo
de esa luna que aún nos espera
mas allá de las palabras y los gestos.
Y alguna vez, seguramente,
habré de regresar sólo a la madrugada
llevando bajo el brazo las maquetas
de esos éteres tan míos,
y en algún lugar de la noche esconderé
un murmullo de alas que se pierde,
un portazo seco que cierra otra nada
y la terca solidez de las murallas
que tampoco esta vez se derrumbaron.