Último juego

Y al final, Lucas, qué otra cosa hacer sino volver a empezar, qué otra historia contarnos cuando ya el hastío planea en silencio sobre este no estar que se desdobla y no termina de encontrar un hueco en este disparatado devenir de ensueños y de látigos.

Volver a empezar, Lucas, silbar de nuevo From the beginning y cambiarnos los libretos sin tocar apenas la fría piedra del fondo. Son las reglas del juego, la luna íntima que rige el oleaje que nos mece y nos alterna en esta dualidad inquieta de cresta espumosa y tobogán manso de agua. No podría ser de otra manera, hermano, y así mañana, cualquier día, cuando la mariposa sin nombre se pose suavemente en el recuerdo y el polvo la inmovilice para siempre en una anécdota amable y lejana, cuando el aire se impregne del eco extraño de esa hora incontenida en todas las esferas, esa hora en que la vida duda y titubea como si no supiera qué hacer con ese presentimiento que centellea mudo en todas las esquinas, entonces, saldré a ese espacio frío y luminoso donde tú habitas, pondré mi piel a merced de tus vientos y te cederé a cambio la sombra tibia de mis caminos y la cuadriculada quietud de mis rutinas.

Por una vez serás tú el que recorra las veredas de la tarde esquivando el ajetreado bullir de los encasilladores, flotando a la deriva de todos los requerimientos, huyendo del frenético gritar de los aturdidos. Serás tú el que llegue casi sin darse cuenta a esta plaza y se siente en este banco a respirar el vino etéreo de los azahares, a ofrecerle un cigarrillo a la nostalgia y dejarla que se siente cerca, que manipule despacio su blanda alquimia de distancias y haga eterno el blanco abandono de ese jazmín abierto que cae al borde del seto en un doble simulacro de pájaro herido y estrella diminuta.

Serás tú quien goce del vuelo vivaracho de las golondrinas, de sus últimos garabatos blanquinegros sobre el cielo encendido de poniente, del tableteo hueco y prolongado de las cigüeñas que esperan la noche en el nido de la torre. Solo tú te adormecerás en esta armonía perfumada del crepúsculo porque yo, como tú ahora, estaré desnudando la brutalidad que se esconde detrás de esos aleros cegados para que las aves no aniden, me ocuparé reconociendo las viejas hipocresías que laten bajo los campanarios y, por una vez seré yo quien soporte el vocerío que fluye de los cafés cercanos, quien descubra en cada pétalo que cae el nudillo de otra primavera que llama inútilmente a la puerta del hombre, testigo silencioso de este mar de néctares lloviendo sobre el asfalto y muriendo aplastado bajo el terco calzado de la misma vieja ignorancia acomodada.

Pero también, como tú ahora, estaré atento al derretirse de esta simbiosis necesaria y te miraré a ratos aguardando en tus ojos el primer asomo de cansancio o de tristeza para regalarte la forma caprichosa de una nube, para poner a tu lado un perro al que acariciar, para llevarte en fin a ese bar donde una cerveza fría y unos ojos negros donde plantar la semilla leve de otro sueño mientras, por una vez, me quedo a la puerta esperándote, velando los cadáveres de todas las quimeras que se nos murieron, desgranando despiadadamente entre mis dedos los engañosos abalorios de la noche.