El taller de los sueños

No había tomado nada esa noche. Unas cervezas, como siempre, pero nada extraordinario. Lo único anormal fue una siesta excesivamente larga. Estuvo almorzando con unos amigos y se tumbó en la cama casi a las cinco de la tarde. Puso el despertador a las seis y media para ir a hacer la visita semanal a la abuela, pero no se despertó. O sí se despertó, pero sentía demasiado sueño aún, así que desconectó el despertador y siguió durmiendo como si nada hasta las ocho o algo más. Después, nada especial, una buena ducha, unas tapas en el bar de siempre con los amigos y al final un rato en casa atendiendo el correo, algo de música, la televisión una porquería, lo de siempre.

Júpiter estaba en medio del cielo, la temperatura era muy agradable y Lucas se quedó todavía un buen rato a observar la noche desde la terraza. Finalmente se acostó tarde, pero sin sueño. Sabía que no iba a dormir con normalidad después de una siesta tan desmesurada. Pero todo estaba bien, era sábado y no le preocupaba la idea de levantarse temprano. Caía poco a poco en un agradable sopor y luego volvía a despertar, pensaba en cosas, cambiaba de postura y volvía a adormilarse de nuevo. Y así una vez y otra pero sin esa ansiedad de otras veces, como si disfrutara de esa alternancia suave entre el sueño y la vigilia, como si pudiera dormir y a la vez verse dormir desde una consciencia tranquila y relajada. No era la primera vez que tenía esas sensaciones, alguna que otra vez se las había provocado también un exceso de café o una lectura absorbente. Hasta aquí no hay nada extraordinario.

Ocurrió más tarde. De algún modo ese pulso blando con el sueño fue sucumbiendo y Lucas cayó poco a poco en un duermevela más profundo, con más sombras que luces, hasta que se hundió en el agua negra de un sueño profundo. Y después, en algún momento de la noche –no tuvo la valentía de mirar la hora- se despertó con una sensación extraña pero extraordinariamente placentera. Ante sus ojos se desplegaba una especie de mosaico blando, cambiante y maravilloso de figuras, formas y colores que aparecían y se esfumaban en una secuencia leve y delicuescente que parecía totalmente acorde a su alma. Cualquier atisbo de pensamiento o añoranza, cualquier amago de su voluntad, por leve que fuera, hacía emerger de inmediato la figura deseada, el rostro olvidado, el paisaje perseguido, la emoción de los poemas más queridos, en una especie de caleidoscopio blando y maravilloso que parecía anticiparse a todos sus pensamientos. Y justo ahí, embargado en una sensación totalmente nueva de asombro y felicidad, se dio cuenta de que no estaba dormido ni soñando. Durante unos pocos segundos tuvo una constancia real y absoluta de que sus ojos estaban totalmente cerrados. Sintió las pestañas entrelazadas. Movió las pupilas. Escuchó el lejano rodar de algún coche en la calle. Pero milagrosamente seguía viendo, proyectada en el interior de sus párpados cerrados, una increíble fuente desbordante de colores alucinantes, como una película donde se mezclaran lejanos recuerdos, secretas esperanzas, sueños y sentimientos. Todo parecía estar ahí, infancia, adolescencia, miedos, gozos, amores y desamores, pero todo reblandecido y domado, inerte y feliz a pesar de su vertiginoso desarrollo, dispuesto a ser acentuado y recreado una y mil veces a cada impulso de sus adormecidos sentidos.

Y de golpe, de pronto, la oscuridad absoluta. La leve pantallita cálida se apagó y ya no pudo activarla más. Hizo todavía algún esfuerzo inconsciente, apretó los párpados, contuvo la respiración, trató de acallar sus pensamientos para fijar de nuevo aquella maravillosa maquinaria autocomplaciente pero todo fue inútil. Fue como si algo se hubiera percatado de su presencia y hubiera lanzado un denso telón negro sobre el increíble escenario. Abrió los ojos muy despacio, desalentado, y pudo entrever la ventana abierta, la noche de fuera, la luna presentida, y supo que había estado en una zona prohibida a la que probablemente nunca más podría acceder. Había estado sin duda, por un solo e inolvidable momento, en el mismísimo taller de los sueños.