Semana tonta

Y ahora salen de nuevo, Lucas, una vez más, a pasear esas imágenes sangrantes, dolientes, sobrecargadas, exageradas… Más parecen hieráticas maniquíes, penosas drag queens usurpando de manera grotesca y chabacana el lugar del nazareno y de su madre en esa otra pasión escandalosa y desmedida, convertida ya en puro pasacalle tuneado y morboso que todos quieren ver a toda costa. Toda la tecnología del hombre, toda su elaborada metafísica, sucumben durante esta semana a la loca estupidez patibularia, también ascentral, del oscuro mono primigenio.


Dolientes y estáticas imágenes agobiadas de abalorio y terciopelo, cirios temblorosos poblando el aire de cera requemada, rumor sordo de pasos bajo los cimbreantes escenarios, tambores de patíbulo, cientos de cofrades desfilando dentro de sus tétricas capuchas, penitentes que arrastran cadenas o se azotan… Y toda esa gente arremolinándose en cada esquina, llenado los palcos y la sillería que abarrota las calles del centro; toda esa gente perezosa, pusilánime, festiva, descreída e inconexa, buscando no sé qué emociones trasnochadas y oscuras en medio del patético espectáculo.


La gente sigue necesitando el circo, Lucas, el entretenimiento escandaloso y sangrante, esa devoción tosca e inaudita que precisa de mártires y sacrificios, y se inventa creencias disparatadas que amolda a su gusto y conveniencia, pasiones morbosas, ritos incongruentes donde entregarse sin más al estúpido arrebato compartido, a la contagiosa fiebre generalizada e inevitable de la tonta semana santa.

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