Fútbol

Lucas tiene fama de no gustarle el fútbol. Y la verdad es que casi es así porque no tiene un equipo favorito, ni una camiseta con el nombre de algún famoso jugador, ni una de esas coloridas y uniformadas bufandas, ni ninguna tendencia conocida en ese exagerado mundo de carísimas estrellas y esperpénticos entrenadores. Y Lucas tampoco se preocupa demasiado del tema. Cuando hay algún partido interesante se queda a verlo, o no se queda, según le viene y según la compañía, pero eso sí, sin demasiados aspavientos, sin querencias excesivas, sin ese apasionamiento generalizado que tantas veces observa y casi desprecia y hasta envidia alguna que otra vez cuando el fervor hincha el graderío y llena el aire de esa emoción poderosa y primitiva al tiempo que el balón penetra la red sorprendida de la portería contraria.

Pero Lucas sabe que no es del todo así aunque lo parezca. Lo normal es que pase de todos esos partidos de liga grises, anodinos, sin ninguna gracia, vacíos de buen fútbol y llenos de añagazas y de intereses que nada tienen que ver con el deporte. Pero de vez en cuando vienen los mundiales y eso ya es otra cosa. O casi. Lucas se entretiene entonces y se preocupa de ver esos partidos y observa el espectáculo de la televisión, pero también observa el espectáculo del pequeño graderío que se agita delante de la pantalla: gorras, bufandas, trompetas, camisetas, caras pintadas, gritos y pasiones y cervezas mientras la selección española se debate en esos céspedes extranjeros.

Lucas tiene una loca teoría, y es que solo a él le gusta el fútbol. A la gente, piensa, no le gusta el fútbol. La gente solo quiere que su equipo, sea el que sea y haga lo que haga, gane. Y le vale todo. Le vale la trampa, la falta, el fuera de juego, la patada, todo con tal de que el resultado nos convenga y nos haga ganar, o pasar a la siguiente etapa o salir del atolladero. Después, cuando la selección pierde y se apea de la competición, la gente pierde súbitamente todo interés por el fútbol y se dedica a otras cosas mientras Lucas se queda sólo y perplejo ante el televisor del bar disfrutando de algún partido de película.