Otra soledad

Surge una nueva soledad: la soledad telemática. Jamás se te ha ocurrido sentarte a esperar ante el buzón metálico que invariablemente dormita encastrado en tu portal. Simplemente pasas junto a él un par de veces al día y apenas lo miras de reojo. Incluso pasas casi de puntillas muchas veces, como si temieras tener que abrirlo, tener que recoger, con prisas porque el ascensor se escapa con la vecina del tercero, su colorido vómito de facturas, panfletos y comunicaciones bancarias. En cambio después, una vez en casa, enciendes el ordenador, ese otro portal indefinido e imaginario, y te quedas ahí expectante, vigilando la fosforescencia multicolor de la pantalla, atento al icono del correo porque está gris pálido indicando que no hay ningún mensaje esperándote en tu bandeja de entrada, aunque no sea más que otra tontería banal e intrascendente que te conecte por un instante con alguien, que te salve de esa nueva soledad electrónica que te mira ahora, incierta y desmedida, desde la gran madeja vertiginosa y sugerente de Internet. .